Hermosillo: colores, atardeceres y emociones, un viaje, una aventura y lugares por conocer como San Carlos y San Nicolás.
Hermosillo: colores, atardeceres y emociones un viaje único y aunque personalmente no soy muy afín a las playas por la gente, basura y arena gruesa, este viaje con buena compañía me hizo cambiar de opinión, descubrí que la cuestión es visitar el lugar correcto, en el momento indicado.
Al llegar a Hermosillo, Sonora, es muy evidente el cambio de clima y de aire. Un cielo azul, aire puro y clima desértico. Sabíamos a lo que íbamos, aventurarnos dos chilangos y una morelense a conocer hasta el lugar más recóndito de Sonora con ayuda de, claro, una sonorense.
Diatomeas y colores de San Carlos
Nuestro primer destino fue la Bahía de San Carlos y se encuentra aproximadamente a una hora del centro de Hermosillo.
La arena es tersa y pude caminar sin dificultad, nos encontramos con un espacio lleno de conchas y caracoles con colores y simetrías sorprendentes, bellezas que ya no se encuentran facilmente.
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El cielo azul complementa con el bello color turquesa del mar, si gustas, muy cerca a la bahía hay un embarcadero donde puedes rentar yates por hora a un precio muy bajo.
Cheve & chill
Nosotros optamos por encontrar un spot perfecto, colocar sillas, toallas y una hielera llena de “cheve con hielo”, la realidad es que no necesitábamos nada más para pasar un rato relajante.
El sonido del mar, la textura de la arena, la búsqueda de una bella conchita y la increíble fotografía del atardecer resultaron ser actividades que hicieron del paso del tiempo algo irrelevante.
Ya hace hambre, ¿no?
Para la comida nos dirigimos a “Mariscos Doña Rosita”, un lugar popular entre los habitantes de San Carlos. Con una hermosa vista al mar.
Nos refrescamos bebiendo unas micheladas y probamos gran parte de las opciones de la carta: tostadas de mariscos, coctel de pulpo y, en caso de que tengas mucha hambre los camarones empanizados con coco son la opción perfecta.
El atardecer de nuestros sueños
Hermosillo: colores, atardeceres y emociones, donde la culminación de este día fue a la orilla del mar en la playa Los Algodones, sentados en rocas –que debido a su textura si parecen algodón–, dejamos que el panorama hiciera lo suyo.
Al inicio el atardecer nos deleitó con una increíble tonalidad amarilla, azul y naranja, colores que con el paso del tiempo se tornaron rojos, rosas y morados. A espaldas de este espectáculo de luz se está el cerro del Tetakawi, en él podrás ver reflejados toda la gama de colores ¡un paisaje que parece de otro mundo!
Arena y adrenalina en San Nicolás
El siguiente destino de esta mágica aventura fue en las dunas de San Nicolás.
Raúl –un chico muy amable y amigable sería nuestro maestro de sandboarding– pasó por nosotros a las seis de la mañana indicándonos un día antes que debíamos llevar: un vasto lunch, tres litros de agua por persona, ropa cómoda y mucho bloqueador solar.
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Al dirigirnos a nuestro destino hicimos una parada en un camino de terracería que parecía nunca tener fin, le daba un aire a una escena de película de suspenso.
Rodeados de sahuaros de más de tres metros de altura, un cielo azul y mucha arena hicimos un par de fotografías, admiramos la naturaleza del lugar y continuamos nuestro camino.
Las dunas se encuentran a una hora y veinte minutos de Hermosillo, es importante ir con gente que conozca la zona pues no es fácil localizar el lugar.
La vista en San Nicolás es asombrosa, de un lado tienes dunas de más de 100 mts. de altura, un desierto tal cual y del otro el bello e inmenso Mar de Cortés.
¡Que empiecen las lecciones!
Al llegar, Raúl –parte de Lobos Team– nos dio las indicaciones de la medición de nuestra tabla, así como la importancia de la cera en ella.
Los primeros intentos para familiarizarnos con esto de la deslizada fueron en una pequeña duna y sentados en la tabla, algo así como un trineo en la nieve.
Si eres principiante como yo y nunca has sido muy estable con objetos que se deslizan (como patines o patinetas) esta actividad es ideal. Al inicio se siente mucho miedo ya que la inclinación de las dunas hace pensar que al final te esperará un golpe fuerte y seguro, sin embargo, notarás lo divertido que es sin sufrir ningún golpe, raspón o herida.
Rumbo a 100 mts. y 100 caídas
Después de estos ejercicios cambiamos a otra duna, una más inclinada. Personalmente me hice a la idea de siempre aventarme sentada porque me daba miedo caerme.
Aquí aparece Monze, una de las chicas que formó parte de esta aventura, me dio la técnica perfecta: inclinación de cuerpo y demás, fue así como hice mi primer intento y… me caí, sin embargo, en la arena este tipo de caídas son cero dolorosas.
Hice muchos intentos y en gran parte de ellos me caí, pero la adrenalina que sentía cada que me deslizaba hacía de esta experiencia algo único.
La duna de graduación
Llegamos a la duna que Raúl nombró como “La duna de graduación”, una duna de 100 mts. de altura. En el primer deslizamiento nos indicó que sería mejor hacerlo sentados.
Yo, debido a toda esa adrenalina que corría por mi cuerpo fui de las primeras en hacer el descenso. En un video me veo muy feliz y todos comentaban que lo había hecho muy bien, lo que no sabían es que en ese descenso una duna entera se introdujo en mi boca, oídos y ojos, no fue cómodo pero eso no evitó que lo volviera a hacer.
La segunda lo hice de pie, sí, sentí un verdadero terror pero lo disfruté mucho más. Fue así como ese día lleno de adrenalina, arena y diversión se convirtió en una experiencia inolvidable.
Kino y Punta Chueca
Dicen que lo mejor se guarda para el final y era así como culminaban estas vacaciones, mi única duda era ¿cómo estas aventuras podrían superarse a sí mismas? si todo lo que habíamos vivido antes ya era asombroso.
Primero les platicaré un poco de los Seris o Comca ac, habitantes de Punta Chueca que es un pueblo indígena de muy bajos recursos y que aún habla su lengua nativa, el Seri. Al no ser formalmente conquistados ni evangelizados mantienen su interpretación del mundo, ritos, fiestas y cultura en general, estrechamente relacionados con la naturaleza.
Es una tradición llevar cierto tipo de ofrenda (algo como una despensa básica) cuando te diriges a territorio Seri, esto debido a sus condiciones de vida y bajos recursos.
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Al llegar las mujeres se acercan a venderte amuletos de protección hechos a mano con diseños basados en historias o paisajes del pueblo. Estas mujeres nos llevaron con Pancho Largo, hermano de Francisco, uno de los chamanes más experimentados en la curación. Ganador del premio Nacional de las Artes y Literatura por su gran aporte a la conservación de la comunidad Seri.
Pancho nos comentó que mucha gente iba a sanarse ya que ellos junto con la tierra tienen dones y recursos necesarios para hacerlo y que con gusto nos haría un ritual.
Por algo llegaron aquí, comentó. Nos adentramos al desierto y paramos a la orilla del mar, nuestro panorama constaba de un bello y brillante mar azul, enfrente una bella vista de la Isla Tiburón.
Sentados bajo una palapa y al centro de un círculo hecho por caracoles, él comenzó un cántico en su lengua madre y nos tocaba el pecho mientras continuaba con su canto.
La energía del lugar y la de el chaman en sí remueven muchas cosas en el interior, después de ello nos dijo que quien quisiera caminara a la orilla del mar. Sé que se escucha muy hippie y esotérico pero la emoción y la curación es realmente latente. Una experiencia que te cambia el chip por completo.
Después de está introspectiva experiencia nos dirigimos a la Bahía de Kino. A la orilla de ésta podrás encontrar múltiples opciones de comida que van desde cocteles de pulpo, tostadas de atún y aguachiles con camarones. A la vuelta de estos restaurantes está el muelle y la bahía, ahí podrás tomar fotografías o simplemente admirar la belleza del lugar.
Fue así como descubrí que Hermosillo si era capaz de superarse a sí mismo.
Este viaje ayudó a descubrir que no todas las playas son iguales, también me hizo darme cuenta de lo bello que es México en general.
Hermosillo: colores, atardeceres y emociones… los mexicanos tenemos una gran cultura, bellos paisajes y demás, la triste realidad es que nos vemos encerrados en una rutina –personalmente la de la ciudad– que nos hace perder la noción de la belleza que nos puede brindar la naturaleza y que mejor que en nuestro propio país.
Texto por: Cristina Fragoso
Fotografías por: Erika Maldonado y Cristina Fragoso